Cuanto más personal y cercano a tu corazón, más universal

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Esta es una de las reglas de oro del Storytelling. Habla de la autenticidad y sinceridad para narrar. Y es la razón por la que un relato en primera persona tiene tanta potencia: porque es una confesión íntima, cargada de verdades.

El año pasado comencé a compilar historias que me suceden en viajes. En general, no son en torno a grandes momentos sino pequeños e inesperados encuentros. Situaciones que aparecen al doblar la curva de un río o detrás de un parral. Abro un espacio cuidado, de confianza, para que brote una charla íntima. Y así, capa por capa, se va pelando la piel y saliendo a la luz pequeñas historias. Lo que más me gusta es permanecer atenta a lo inesperado. A esas frases dichas como al pasar que provocan los famosos “ajás”.

¿Por qué sucede que al narrar decimos cosas diferentes a las que decimos cuando nos expresamos de manera “más formal”?

Cuando tenemos que explicar algo a alguien en general lo hacemos de forma argumentativa, lo cual nos deja información y nos llama a la reflexión. Es un discurso construido desde nuestro intelecto. Buscamos la mejor manera de expresar el mensaje y sin querer tendemos a hacerlo “políticamente correcto”. En cambio, cuando estamos relatando una experiencia vivida, automáticamente la cargamos de sensaciones y matices.

“Ver para creer, oler para creer, tocar para creer, saborear para creer y oír para creer. Narra con los cinco sentidos y seguramente aflore una verdad diferente”, dice Antonio Nuñez, storyteller y comunicador

Con el material surgido de estos encuentros casuales ruteros, muchas veces “perlitas” de contenido que emergen en ese estado de conexión emocional, construyo textos. Historias que consolidan la columna vertebral de esta disciplina en la que cada vez confío más: el Storytelling. Pongo en valor el recurso de narrar para producir nuevo conocimiento.

Acudimos a profesionales y especialistas de distintos campos, según sea la necesidad. Y está bien. Pero lo que surge de un relato personal es harina de otro costal. Aparecen las Alicias, Rudys, Antonios y Julianes, cordobeses, mendocinos, platenses. Solitarios, vivaces, emprendedores, cansados. Extrovertidas, tímidos. Disfruto de este proceso de enhebrar perlitas. Delicadamente y con cuidado para preservar el tono y no traicionar la confianza desde donde se gestó cada contenido. Me siento feliz por ello.

Un relato puede ser sólo una buena historia o puede abrir la puerta para reflexionar sobre temas tan profundos como la paz y la guerra. Propongo que lean, por ejemplo, a Nicolás José Isola, quien hace un análisis desde el storytelling del discurso de los presidentes de Ucrania y Rusia.

Para concluir, les dejo un pequeño relato de este verano, en mi voz y la de Néstor. Enólogo y emprendedor de la provincia de Mendoza.

LA CENAIDA

Enclavada en el valle de San Rafael. Una hectárea en la que conviven a cielo abierto el viñedo, los duraznos, las ciruelas, las nueces. Las acequias, los perros, los olivos. Las libélulas, los pájaros. Las montañas y el cielo.

Creo que por fonética, mezcla de higo y uva, lo bauticé Hugo. Persiguiéndole por el viñedo, al grito de “Hugo, Hugo!” intentaba preguntarle si la frutita roja que encontré entre los álamos del camino al valle eran comestibles. Con mucha sierra cordobesa encima sé que el piquillín se come pero que muchas otras vayas no. No me respondió. “O tiene sordera o no se llama Hugo”, concluí.

Las charlas al lado de la pileta, entre barre fondo y riego, amarraron algo. Hicieron racimo dulce; pensamientos, sentires sobre el pasado, el esfuerzo, el trabajo, los hijos, la herencia de saberes. Homenajes, como a la Abuela Cenaida que compró las tierras por el 1900. A los cosecheros que antes podían venir con sus niños a la vendimia. Que hoy prefieren no hacerlo por miedo a perder un subsidio estatal. Contrasta. El sabor dulce del Malbec en las parras con los sabores semiamargos de no poder visualizar un futuro cierto.

Néstor, las familias somos como un gran péndulo. Generaciones del esfuerzo, generaciones del goce, generaciones de las rupturas y el replanteo. Nos repartimos épocas, estaciones del año, que sólo encuentran sentido cuando las miramos en su devenir.

Siempre me genera felicidad encontrar estos pequeños espacios de humanidad sincera entre tanto trato en serie. Dejar por un lado de sentirme una más de tantas que compra ticket, sube al ferry, entra a la caverna, degusta un vino. Ser vista y recordada. Sol, la de los tres varones, la del auto gris, la que también hace vino casero, la que sembró en La Cenaida ideas locas para pintar al mañana con nuevos proyectos.

Siempre me genera felicidad recordar a un Néstor, un Diego, una Susana y una Silvina que abrazan con amor este pedacito de tierra cuyana. Que hacen que el paso por los lugares deje de ser puro paisaje para transformarse en un recuerdo calentito y eterno en el corazón.

Foto de portada: Jeremie Claeys

 
 
 

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