El Espejismo del Progreso: Cómo el Sistema Castiga a los que Realmente Quieren Avanzar

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En el panorama actual, hay una verdad incómoda que pocos se atreven a reconocer: el sistema está diseñado para que las oportunidades lleguen solo a unos pocos. ¿Y el resto de nosotros, los que no tenemos palancas ni contactos? Continuamos, claro, pero con un sabor amargo que nos recuerda que el esfuerzo por sí solo no siempre es suficiente. No se trata de falta de ganas o preparación. La realidad es que el modelo está roto, y en lugar de premiar el trabajo duro y la dedicación, parece que recompensa el acomodo y las conexiones. Los que realmente queremos avanzar nos enfrentamos a un muro invisible de obstáculos que no se resuelve con más esfuerzo.  Es una crítica seria al sistema, que pone piedras en el camino a aquellos que buscan progresar genuinamente. Es un modelo que se sostiene en la desigualdad y en la exclusión de quienes no tienen los recursos para abrirse paso. Y sí, me mantengo firme en mi objetivo, pero la frustración es inevitable. Lo que está en juego es más que solo oportunidades individuales; es una cuestión de justicia y equidad. El cambio no vendrá solo con nuestras ganas de seguir adelante. Es hora de cuestionar este sistema y exigir un modelo que premie el esfuerzo auténtico y no el favoritismo. Porque si el esfuerzo no es suficiente, entonces estamos hablando de un sistema que, en última instancia, está condenado a repetir las mismas injusticias. 

La suerte, en este sistema, parece ser el factor decisivo, y eso es una burla monumental. La idea de que solo unos pocos afortunados logran encontrar el trabajo que realmente merecen, mientras la mayoría enfrenta una pared de indiferencia y falta de oportunidades, es un chiste de mal gusto. Aquí estamos, mandando currículums como si fueran confeti, esperando que el azar nos sonría mientras el sistema sigue siendo una trampa para los que no tienen contactos.  Como diría Foucault, vivimos en una “sociedad de control” donde las estructuras de poder determinan quién accede a qué. En lugar de un sistema basado en el mérito, nos encontramos con un modelo que premia la suerte y el acomodo. La verdadera revolución no es solo tener más ofertas laborales, sino transformar esas ofertas en oportunidades concretas.

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