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Llegar a ser uno mismo no es algo fácil.  Por el contrario,  es la consecuencia de un complejo recorrido.  Al no poder saciar por sí mismo sus necesidades y, habiendo comprendido que es la satisfacción de sus deseos depende de los demás, el niño empieza a querer agradar a aquellos que necesita para que lo cuiden, lo alimenten, lo vistan o lo bañen. Funciones que, generalmente, son desempeñadas por los padres.

¿Y cómo hace para intentar satisfacer esta necesidad de ser reconocido y querido por ellos?. Intenta convertirse en lo que cree que esperan de él. Y aquí se presenta otra pregunta:¿Cómo sabe lo que los demás pretenden que él sea?. La respuesta es que en realidad no lo sabe, pero lo irá deduciendo a partir del discurso y las actitudes que va decodificando en su comunicación cotidiana con los demás. 

A veces de modo consciente y muchas otras de manera inconsciente,  los padres marcan un camino a seguir.

Cada acto, cada palabra, puede funcionar entonces como un mandato a obedecer al ser tomado por una psiquis en formación como la de un niño. 

Un mandato es una palabra, un gesto o un acto de otro que incorporamos y al que, inconscientemente, le damos el poder de guiar nuestras vidas. 

La característica de los mandatos nos constituyen porque nos identificamos con ellos y los incorporamos hasta hacerlos algo propio, y desde allí nos indican cómo debemos ser para satisfacer el deseo de otros. 

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